Carlos Reyes Sahagún
¡Ay, que el Jardín mutilado/llora por sus cuatro esquinas!/¡Ay, que sirenas de dulce/de verlo trunco se indignan/y se pone rojo y blanco/el alfajor de Colima!
¡Ay, el Jardín de San Marcos,/el de esta ciudad castiza!/Por tu balaustrada escapan/llorando tus voces íntimas,/que son el agua en coloquio/y violetas que suspiran.
¡Ay, el Jardín de San Marcos,/alhaja de la provincia!…/¡Qué dirá Enrique Fernández
Ledesma, cuando describa/el sacrilegio de haberte/cortado las cuatro esquinas!
Jesús Reyes Ruiz
San Marcos.
Los versos que sirven de epígrafe a estas líneas forman parte del «Romance de los cuatro barrios», poema con el que el joven Jesús Reyes Ruiz ganó la flor natural en los Juegos Florales de 1939, un certamen que rindió homenaje al gay saber entre 1931 y 1967, en los días épicos de las fiestas de abril. Tan trascendente fue este poema que hoy en día se le sigue citando, aparte de ser el origen del mito de que Aguascalientes tiene cuatro barrios: El Encino, Guadalupe, San Marcos y La Estación.
El problema es que Reyes Ruiz no era urbanista, y quizá no se dio cuenta de que hay más. En un imposible encuentro imaginario quizá mi amigo Jorge Campos Espino se acercaría al poeta, sacudiría su romántica capa para llamar su atención, y le preguntaría: “Oiga, ¿y el barrio de La Salud qué?”
En fin. Lo que aquí importa destacar es que una intervención en la balaustrada de San Marcos alcanzó la altura de la protesta poética, pero el significado del fragmento no se entiende si no se conoce la situación que le dio origen, aunque existe una fotografía, tomada, digamos de la esquina sur poniente, que muestra el espacio abierto en la esquina.
Cuenta el profesor Alejandro Topete del Valle en su “Guía para conocer la ciudad y el estado” -un texto que debería reeditarse-, que “en diciembre de 1928, seguramente con muy buena intención, pero con deplorable desatino, el entonces Presidente Municipal don Rafael Quevedo mandó se le cortaran en “pan coupé” las cuatro esquinas de la balaustrada, para facilitar el desahogo del tránsito de peatones; se construyeron unas bancas de concreto, con unos faroles que trataban de imitar estilo de la Colonia, y se quitaron los largos bancos de mampostería que en forma de arcos circundaban el kiosco en la glorieta central.
Durante la administración gubernamental del doctor Alberto del Valle y municipal de don Celestino López Sánchez (1940-42) se reparó el desacato arquitectónico, reintegrándole a nuestro parque sus cuatro esquinas, quedando así subsanada la mutilación de su añosa y evocadora balaustrada.”
Pensándolo bien, este gesto de Reyes Ruiz; esta denuncia por el atropello que significó haber cortado las cuatro esquinas del jardín -mutilado, dice el poeta-, bien podría inscribirse como una de las primeras reacciones en contra de lo que se asume como un atentado en contra del patrimonio y, por tanto, el germen de una conciencia social en torno al valor de éste, y de la necesidad de conservarlo y acrecentarlo.
Digo esto porque tanto antes como después, y muy probablemente hasta fines de los años setenta del siglo pasado, se hizo y se deshizo con la riqueza arquitectónica de Aguascalientes, y sólo excepcionalmente alguien levantó la voz para hacer la denuncia correspondiente, que generalmente resultó ser un gesto inútil.
Ahora bien, menciono esto de fines de los años setenta porque considero que fue entonces, aproximadamente, cuando comenzó a desarrollarse de manera notable esta conciencia del valor del patrimonio. En cuanto a los atentados, estos no han dejado de llevarse a cabo. Prueba de ello es la más reciente remodelación de la Plaza de Armas, con todo y tejabán, en la que no hubo oposición que valiera.
De regreso a la balaustrada de San Marcos, en el episodio de intervención que tuvo lugar en julio pasado, el secretario de Obras Públicas de la Presidencia Municipal, suplicó a la población que no se sentara encima de la balaustrada, porque se maltrata. Igual lo seguirá haciendo -ambas cosas-, porque luego somos raza brava. La diferencia es que ahora existe una conciencia en torno al carácter pernicioso de conductas como esta.
Sobre como era antes, le ofrezco un par de ejemplos. El primero corresponde a La Antorcha, un periódico que se publicó a fines de la década de los años 50 del siglo pasado, y que de manera invariable se manifestó en contra del gobernador Luis Ortega Douglas (1956-1962). En su edición del 10 de mayo de 1959 publicó una nota con el siguiente título: “En lo dicho: La feria no fue sino atole con el dedo para el pueblo”.
En el cuerpo de la nota se denuncia lo siguiente: “Como lo habíamos previsto, en efecto, nos dimos cuenta de las interminables aglomeraciones de gentes de las clases mencionadas que sólo “hacían remolino” y se alejaban sin haber ocupado algunos de los juegos mecánicos, sin haber paladeado un plato de antojitos, sin haber disfrutado en verdad de la Feria. Vimos las larguísimas filas de personas sentadas a lo largo del lado exterior de la balaustrada (como fue predicho atreviéndose tan solo a mirar de lejos como los ricos se divertían en grande)”.
Pero en rigor esto no es nada. ¿Qué tiene de malo que la gente se siente en la balaustrada? Lo que viene está peor, y procede del inolvidable periodista Mario Mora Barba, que en el libro Las horas sensibles señala lo siguiente: “Evocamos los festejos, alegría y nostalgia de Enrique Fernández Ledesma, obsesión y el cariño del genial Pepe Nava a quien también llamaban José F. Elizondo. Y, personalmente, el mediodía con la música en los tapancos, apoyados en la balaustrada, mientras las hojas de los árboles proyectaban la sombra de arabescos sobre el bello rostro”.
Nomás imagínese: ¡los tapancos apoyados en la balaustrada! Semejante desacato queda dulcificado por el remate de Mora Barba: “A ella siempre decíamos: contemplo la feria desde el mejor sitio, a tu lado.” (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).